Fauna Política
La ignorancia como costumbre de la burla
Por Rodolfo Herrera Charolet
La exigencia realizada por el presidente Andrés Manuel López Obrador al Rey de España de disculparse por los abusos cometidos en contra de los pueblos originales durante la Conquista, ha provocado los más encendidos debates de los intelectuales orgánicos de la “derecha”, entre ellos los ex presidentes de la República, en contra de la iniciativa presidencial.
Un puñado de mexicanos, por si acaso algunos agazapados en el anonimato y otros luciendo su amplio repertorio de reproches, no dejaron pasar la oportunidad para tildar al mandatario de la nación como ignorante, por no citar los improperios de la que ya es objeto.
Sin embargo lejos de abonar en el debate de la ignorancia como costumbre de la burla, pocos saben que la petición de Andrés Manuel López Obrados es un ejercicio de justicia reparativa en donde más que palabras las disculpas son una forma de reparación.
Las disculpas públicas oficiales, de un gobierno a otro, son un elemento importante en la política transicional. Como forma de reparación simbólica, una disculpa es un reconocimiento formal, solemne y, en la mayoría de los casos, público de que se cometieron violaciones a los derechos humanos en el pasado, de que esas acciones causaron daño grave y a menudo irreparable a los pueblos (víctimas), y de que el Estado, el grupo o el individuo que pide disculpas acepta parte o toda la responsabilidad por lo ocurrido.
Pedir disculpas, puede y debe ser utilizado para apoyar una visión de justicia y moral que permita a las víctimas y a los espectadores mirar hacia el futuro con esperanza, renciliadora, de concordia y esperanza.
Cuando un Estado ofrece una disculpa, no vulnera en ningún momento su liderazgo, sin o que constituyen una señal de pleno respaldo del Estado a lo que se está expresando. Dichas disculpas no bastan como reparación a las víctimas de violaciones graves. En ocasiones dichas disculpas van acompañadas de formas materiales para la reparación del daño.
En diversos casos, las disculpas han reflejado el reconocimiento común y compartido de los crímenes del pasado. Tal es el caso de las disculpas ofrecidas el 15 de junio de 2004 por el papa Juan Pablo II quien pidió perdón por los horrores de la Inquisición, con siete siglos de atraso, al presentar un estudio sobre los años negros, en los que la tortura fue legalizada por la iglesia. El máximo pontífice de la Iglesia Católica, repitió la frase que había dicho en un documento del año 2000 cuando pidió por primera vez perdón “por los errores cometidos en el servicio de la verdad usando métodos que no tienen nada que ver con el Evangelio”. Únicamente en tribunales civiles durante dos siglos murieron 32 mil personas y 300 mil llevados a juicio y obligados a hacer penitencia de una población de 16 millones, como en Lichtenstein, donde 300 personas de una población de 3 mil fueron condenadas y murieron por supuesta brujería.
Cualquiera que sea el catalizador, las propias disculpas como el proceso de desarrollarlas puede contribuir a un país a sustituir, por lo menos parcialmente, las constantes recriminaciones entre pueblos por la de construir un diálogo constructivo y unir a la opinión pública en torno a objetivos comunes, integradores y solidarios, necesarios para desarrollar consensos y ayudar a las sociedades de enfrentar retos futuros reafirmando valores presentes.
Pero lejos de observar que las disculpas como acto público deben ser inequívocas, la ignorancia imperante en líderes y gobernantes, se ve empañada por los intereses mezquinos del momento, que juzgan indebidamente el contenido por considerarlo indebido o estar mal concebidas, ser poco sinceras o ineficaces.
La pregunta que ahora debe hacerse es si a punto de cumplir 500 años de Conquista, los pueblos originales desaparecidos o restos de lo que quedan de ellos, merecen una disculpa pública, sincera y fraternal que motive la reconciliación y fortalezca una mirada progresista en el presente y futuro.
El presidente de España, Pedro Sánchez, ha rechazado tal petición, dando pie a que surja un encendido criterio homofóbico en contra de la iniciativa mexicana, que pone en evidencia lo que ya se sabía, que existe un resentimiento profundo de heridas apenas cubiertas por una delgada cicatriz, criterio que comparten mexicanos sin historia ni conocimiento, que aplauden como focas o repiten como loros lo que otros toman a broma. Sin duda, ante la ignorancia la costumbre de la burla.
¿O no lo cree usted?
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